28 oct 2012

Inicios


El cielo estaba oscuro. La luz argentea de Namekdhir resbalaba suavemente sobre las ondas del lago Vandhel. Namekdhir era una de las tres lunas que gobernaban los cielos de Ahuendel. Esa noche, la azul Cyahnn y la oscura Dremhor se ocultaban a los ojos de los no iniciados.


- "... dos al derecho, dos al revés, dos al derecho, dos al revés, dos ..."- murmuraba entre dientes una sombra oscura sentada sobre un promontorio al borde del lago.


Unos dedos pálidos y de piel fina, no curtidos por el ejercicio de las armas, ni acostumbrados al duro trabajo de los campesinos, daban forma a un fijo tejido que iba convirtiéndose, poco a poco, en una delicada túnica. En ese momento, el propietario de los hábiles dedos echó hacia atrás la capucha de su raída túnica, que contrastaba notablemente con el suntuoso tejido que sostenía entre sus manos. Namekdhir refulgió sobre la calva del peculiar personaje. Se trataba del monje Ommkrel, cuya misión había sido enseñar sus conocimientos entre la cada vez más inculta población de Ahuendel.
El culpable de semejante situación era el conde Vortimer, obsesionado con obtener el poder sobre todo el país. Para ello, no reparaba en ningún medio que tuviera a su alcance y, como todo el mundo conoce, el primer paso para dominar la sociedad es anular los conocimientos y el pensamiento del pueblo.
Asi que, aunque Ommkrel considerase que sus esfuerzos eran equivalentes a una gota de agua en la inmensidad de un oceáno, no dejarían de ser más útiles que quedarse contemplando impasible la obra del conde Vortimer.


Esa había sido la situación hasta hace 18 noches, cuando su errático vagabundeo llevó sus pasos hasta el Lago Vandhel -en el que ahora se encontraba- en una clara noche en las que las tres lunas brillaban en lo alto del cielo estrellado y la bella ninfa Sohrähin bañaba su esbelta y pálida figura: sus lacios cabellos como finas hebras del más puro oro velaban sus perfectas facciones, cuando una de sus gráciles manos descubrió su rostro al apartar los mechones húmedos de pelo que le caían desordenadamente y su mirada se clavó como una flecha ardiente en los verdes ojos del orondo y hechizado monje.
En ese momento, Ommkrel se olvidó de todo lo que una vez había tenido sentido en su vida. Todo lo que había soñado, anhelado, deseado en su existencia se materializó en aquel instante como la figura que le contemplaba desde aquellas tranquilas aguas.
Una insinuante sonrisa se dibujó en los labios de la ninfa, al tiempo que una repentina niebla ocultaba paulatinamente el lugar dejando a Ommkrel en la duda de si todo había sido un sueño más de su inquieta mente, o si había dado un pequeño paso hacia el umbral del paraiso.


Cuando sus pies recobraron el movimiento, se acercó cautelosamente, temiendo romper el maravilloso hechizo que esa noche mágica le había hecho vivir.
En la orilla algo llamó su atención. Se aproximó. Se trataba de una piedra blanca pulida engastada en un aro de plata que pendía de una cadena ennegrecida por la humedad del lago. Con temor reverencial se atrevió a tomarlo entre sus manos. Le sorprendió lo liviano que era y el poder que le transmitió en el mismo instante que lo tocó. Una onda de poder que invadió hasta la última fibra de su ser.
Cuidadosamente, lo guardó en un bolsillo cerca de su corazón.

http://www.youtube.com/watch?v=8BglEyv5O2Y

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